La forma de querer tú
es dejarme que te quiera.
El sí con que te me rindes
es el silencio. Tus besos
son ofrecerme los labios
para que los bese yo.
Jamás palabras, abrazos,
me dirán que tú existías,
que me quisiste: jamás.
Me lo dicen hojas blancas,
mapas, augurios, teléfonos;
tú, no.
Y estoy abrazado a ti
sin preguntarte, de miedo
a que no sea verdad
que tú vives y me quieres.
Y estoy abrazado a ti
sin mirar y sin tocarte,
no vaya a ser que descubra
con preguntas, con caricias,
esa soledad inmensa
de quererte sólo yo.
Pedro Salinas, Versos 1385 a 1406
(de "La voz a ti debida")
Llegó, con estrellas en las manos y la oscuridad como disfraz; llegó despacio, lento y calmo, y me rodeó suavemente hasta que me dormí sobre su pecho. Al compás de sus latidos sobrevinieron los sueños, los más hermosos sueños, las más locas fantasías. Me llevó por rutas sin destino concreto, viajes imaginarios a países donde el beso era ley y la caricia, religión. Lo más improbable, lo completamente imposible, a su lado no era extraño; y el placer y la risa parecían ser su idioma.
Y cuando desperté, sobre mi tibia cama deshecha, junto a mi piel aún perfumada por la noche, bajo la luz dorada del sol, delante de mis ojos llenos de su recuerdo, no había nada, no había nadie; sólo y nada más que nada; absoluta y solamente nadie.
Buenas madrunoches.
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