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Del tiempo, de la libertad y de la vida.

La jornada del domingo la pasé en una cárcel de esas flamantes recientemente inauguradas. Otra persona y yo fuimos invitados por los responsables de formación del centro para dar una charla.

Ante tamaña invitación tuve mis reticencias. Estaba asustada. Me asustaba más el hecho de no saber captar la atención de los presos, de transmitir conocimientos y de que éstos fueran de su interés, que el hecho de encontrarme entre presidiarios.

Por dos de los profesores allí destinados, fui informada con anterioridad, de todo aquello que me interesaba. Advertí que ellos obviaban el hecho de la carcelación de aquellas personas con las que, intuía, habían establecido una corriente de cariño que a mi me resultaba extraña.

Acepté finalmente, más por superar un reto personal que por el hecho de prestarme a una causa humanitaria.

Al llegar, nos colocaron una identificación en la solapa advirtiéndonos que tuviéramos cuidado con que no nos la sustrajeran. Con mi portátil al hombro y los ojos muy abiertos fuimos pasando controles y rejas hasta que nos abandonaron entre cien presos en una especie de aula-salón de actos sin funcionarios de prisiones. De repente, empezaron a estrecharme manos, sentí que mi cuerpo era recorrido por miles de miradas. Un hombre, con auténtica cara de delincuente, que dijo llamarse Ramón, me estrechó la mano y me aseguró:

-Es la primera mujer con ojos verdes que viene a visitarnos desde que fue inaugurado "el talego".

Temblé y me arrepentí de la mierda de reto personal y de las causas humanitarias.

Decidí que debía hacerme la fuerte y seguir adelante.

Nos presentamos mientras conectaba el proyector. Faltaba un cable. Dí aviso por un interfono, mientras ellos comenzaron a acercarse a mi portátil y al proyector, parecía que todos sabían de informática, todo el mundo toqueteaba algún botón, y sin embargo, lejos de incomodarme más, ese contratiempo me permitió cruzar las primeras palabras con aquellas personas que me otorgaron confianza. Una confianza extraña que me llegaba de un mensaje silencioso que insistía: “no nos temas” Ese tiempo me sirvió para conocer algunos datos y algunas reacciones de aquellas personas que no dejaban de moverse por la estancia tal vez como método sustitutivo de llenar su tiempo.

Desde los presos de otras nacionalidades y dos “etarras”, hasta los detenidos por portar ochenta pastillas, un asesino en serie, traficantes de heroína a ladrones de mayor o menor envergadura se acercaron a entablar diálogo con nosotros. Marcelo se lamentaba de que su expediente se había quedado en alguna mesa funcionarial y le debían la libertad desde hacía tres meses. Josema detenido por tráfico de heroína me contó que cuando tomó el avión con la mercancía, se metió un chute y que no se enteró de lo que sucedió hasta que fue detenido en Barajas. Tiene tres hijos a los que adora y a los que conocí por una fotografía que me mostró.

El “Quiti” me pidió un cd de música "si es que llevaba alguno y que pudiera regalarle". Debía de tener unos treinta años. Por lo visto, el pirateo de música está prohibido en la cárcel y está prohibida la entrada de cd’s no originales porque violan los derechos del autor. Saqué del bolso uno recién pirateado del grupo U2. Cuando advirtió que se trataba de este grupo, llamó con un silbido a un muchacho rubio que “alucinó” con el cd y que me pidió escucharlo en el portátil, lo escuchamos y el pensamiento y la consciencia del muchacho rubio volaron en libertad. Bromeamos, nos reímos, nos preguntamos sobre nuestras vidas, me preguntaron por la visión que yo tenía de ellos, de las cárceles...

El tiempo pasaba y yo sentía que estuvieran perdiendo el tiempo, pensaba que si el incidente hubiera sucedido ante cualquier otro colectivo ya estaría resuelto y los oyentes muy nerviosos. Ellos, los presos, lejos de estar tensos parecían encontrarse relajados. Aprendí una nueva lección y es que el tiempo podía ser valorado de distinta forma a como lo hacía yo.

Pasada hora y media nos trajeron el cable, poco a poco se fueron sentando. Callaron. Expuso mi compañero primero, después lo hice yo. Aquellos ojos interesados, aquel silencio interrogante, aquellas formas disciplinadas de atender, aquellas preguntas y los agradecimientos tras las respuestas me fueron vinculando aún más a aquellos seres humanos. Acabé agradeciendo su interés, sus preguntas y su colaboración y ellos nos pagaron con un aplauso que no acababa nunca, con una lección magistralmente expuesta y con unas miradas que hablaron solas y que jamás olvidaré.

No sé cuanto tiempo estuve llorando después.

1 comment

puedoserella said:

¡Ea, otro beso que se ha ganado esta chica! (véase emoticono besucón, emitiendo beso sonoro, aventosado y con olor a Myrurgia... de señora mayor de las de antes, vamos) ;)

Gracias solete.
13 years ago ( translate )