No hay nada más relativo que la idea misma de la "decencia". Lo que hoy es rutina en otros tiempos era tan revolucionario que los obispos se pronunciaban y las fuerzas vivas de la sociedad actuaban con el máximo rigor.
La gente entonces tenía pudor y cada centímetro de piel era un tesoro que guardar en la memoria. ¿Un tobillo? Máxima expectación y erotismo. ¿Una rodilla? Inimaginable.
Y en esa época una mujer, cuando quería bañarse, tenía que hacerlo vestida, como llevando una especie de camisón y cuidándose mucho de no ser vista por varón alguno.
La decencia era más importante que sobrevivir a un golpe de calor.
Por eso siempre me ha parecido un poco absurdo todo el debate acerca del desnudo tanto en la sociedad, en las playas, como en la fotografía.
La mente sucia no es la de quien ve a otra persona desnuda y no se inmuta. Está precisamente en la de quien reacciona con virulencia y empieza a exigir prohibiciones y llega a proponer estupideces del calibre de delimitar playas segregadas, como se ha propuesto estos días.
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