Ella venía paseando por la orilla, sin prisa, sin prestar atención a nada y a nadie, completamente ausente.
Pero en realidad no estaba ausente. En realidad lo estaba sintiendo todo: cada grano de arena en sus pies, cada caricia de la brisa en su piel, cada rayo de sol que la envolvía y que, a su vez, era reflejado mostrando al mundo su maravillosa presencia.
Y cerró los ojos y, a su manera, dejó que todo ese torrente de sensaciones la invadiese. Deseó sentir. Y sintió.
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