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Crónica I



Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.

Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.

Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.

Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad del rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.

Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.

Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.

Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.

Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.

Soy una abierta ventana que escucha.
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.

Miguel Hernández, Eterna sombra


Pongo la mano en mi costado, palpo la herida abierta que late y vive en mi carne fría. Pongo la mano en el costado lastimado, tapando avergonzada, la cicatriz profunda, aún sin cerrar, que me ha dejado el paso del amor y la belleza y la esperanza y la vida.

Pongo mi mano en el hueco dolorido de mi pecho, donde ayer residía un corazón sano, ahora mutilado por una guerra inesperada, alcanzado por una munición invisible, paralizado por la triste certeza de que también lo eterno tiene, como el amor, como la belleza, como la esperanza, como la vida, los días contados...



Llegará pronto ya la noche, y deseo que les sea, si no buena, al menos hermosa...