Ese día te levantaste contenta. El sol había salido e ibas a verle.
Al empezar a vestirte te paraste delante de la ventana, pensando en las promesas del nuevo día, ante todas la cosas que había por ver y por hacer, ante la rutina desaparecida.
Sentiste el tacto frío del metal en tu mano mientras un calor suave se hacía con tus mejillas y unas cosquillitas de ansia recorrían tu espalda.
Y sonreíste al mundo desde tu ventana, sabiendo que te lo ibas a comer.
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