Tú querías verle ese día pero empezó a llover.
Allí estabas tú, asomada a la ventana, esperando a que escampase, con ese vestido con el que querías sorprenderle.
Pero seguía diluviando, sin pausa, sin prisa, sin clemencia. La lluvia, implacable, no sólo regaba los campos si no que además te aguaba el ánimo.
¡Qué tristes son los días de lluvia cuando él no está!
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